En este blog ya hemos hablado más de una vez de la creciente problemática que el mantenimiento de los derechos de autor ha supuesto para las naciones, los autores y los individuos de a pie. Internet tembló (o tiembla) con proyectos como las fallidas leyes Lleras y SOPA, los servidores de descargas prefieren mantener un control estricto de sus contenidos y muchos de nosotros nos vemos obligados a
Se les viene una demanda la hijue?^+#
Resulta claro, en primera medida, que el reclamo que las editoriales hacen sobre el material que producen es, en un sentido esencial, legitimo; sus cómics fueron confeccionados por individuos que trabajan a su nombre y bajo su sello, tienen por tanto el derecho de reclamar sobre sus obras y el uso que se les dan. El hecho de que exista un público ávido de cómics gratuitos no supone que las editoriales deban renunciar a su potestad sobre los relatos y personajes, si bien el internet es semi-público y muchos de los movimientos en pro de compartir contenidos en la web asumen que el material en ella ha perdido toda autoría comercial; la realidad es que, en última instancia, los autores siguen siendo tales y merecen no sólo reconocimiento, sino también poder sobre su obra y las ganancias que pueda producir.
En este marco, las ventajas del enfoque de cerrar las páginas que comparten estos cómics (al menos en el contexto latino) resultan bastante obvias: en primera instancia, las editoriales asegurarían la compra de sus cómics (y por tanto sus ganancias) y en segunda, ejercerían potestad sobre el material (lo que satisfaría sus cánones creativos en la medida que todavía se mostrarían como “dueños” de sus relatos). Sin embargo, existen evidentes problemas con tal perspectiva, y todos ellos emanan de la naturaleza misma de las comunidades que comparten los cómics.
Cuando una de estas editoriales lanza un nuevo cómic generalmente lo hace en inglés, los miembros de la comunidad buscan entonces la obra y dividen el trabajo: alguien va a traducirla y otra persona pasará la traducción al cómic como tal, respetando su diseño y fuentes originales (la maqueteará [sic]); realizada tal tarea, el cómic traducido se sube a alguna página y es descargada por otros usuarios. Todo se realiza sin ningún tipo de ganancia o costo por parte de los participantes en el proceso y aquel trabajo muchas veces se comparte en varios lugares diferentes, donde en ocasiones es re-subido a otros servidores e incluso editado de nuevo.
Al eliminar algunas de las páginas que comparten las obras, las editoriales terminan por hacerse más daño que beneficio, dado que hay cuatro factores con los que no cuentan: el desgaste que supone la continua revisión de la red, en busca de violaciones de copyright (cuya denuncia muchas veces requiere de los servicios de algún leguleyo); la enorme adaptabilidad de las comunidades, que muchas veces (cual hidra) se multiplican ante la caída de otras y aprenden de sus errores; el mercadeo gratuito que las editoriales tienen en estas comunidades, pues sus cómics son traducidos y editados, por varios individuos, sin costo, muchas veces, por toda la red, en ocasiones convenciendo a algunos de comprar los cómics buenos en formato físico, porque terminan añorando tenerlos en su biblioteca; y, finalmente, la falta de oferta que las mismas editoriales tienen en algunos países de la región, lo que hace inútil la labor de censura, puesto que de todas maneras los lectores no podrán comprar las obras.
En resumen, la restrictiva posición de las editoriales les resulta bastante negativa: terminan por perder dinero inútilmente, pues las comunidades no dejarán de existir, adaptarse y compartir; y además, acaban por reducir sus posibilidades de vender en mercados de poca oferta, pues los lectores no tendrían oportunidades de conocer el material que luego querrían comprar. Una mejor solución sería, quizás, permitir que las comunidades crezcan, siempre y cuando no lucren por su labor y aumentar la cantidad y calidad de los cómics que ofrecen para la región, de tal suerte que los lectores nos encontremos más a menudo con obras de calidad que queramos comprar, logremos encontrar y podamos pagar.
Por lo pronto será todo cuestión de seguir adaptándose y compartiendo, mientras las editoriales se dan cuenta que el camino más fácil no siempre es el mejor.
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Muy interesante tu análisis. Yo seguía varios de los portales cerrados. Muchos aportaban obras no traducidas y que, por su escasa relevancia comercial, nunca serían publicadas o lo serían con cuentagotas.
ResponderEliminarEntiendo la defensa de los derechos de autor, pero creo que parte de un esquema viciado. Compartir comics (o discos o libros) es una práctica más vieja que el tiempo. ¿Para que sirven las bibliotecas públicas? ¿Acaso alguien perseguía cuando en los ochenta los amigos te grababan cintas de casette de tus grupos favoritos? El problema real es que la web ha ampliado exponencialmente esa capacidad de compartir. Mantener el esquema de ventas-ganancias para el autor está absolutamente desfasado. Si cierran webs pasaremos al peer to peer o los blogs privados. Muchos ya lo hacen.
Al final, y es mi opinión nada más, creo que el camino es que los que usemos la tarifa plana paguemos un pequeño canon y que ese revierta hacia el autor. Si se legalizara la descarga gratuita a las paginas no les importaría notificar el número de descargas de tal o cual obra y eso revertiría en un porcentaje al autor directo. Ojo, ahora mismo eso es una utopía porque requeriría una coordinación internacional inviable en un marco donde cada país lucha a su manera. Pero tan difícil no debe ser... Tengo una amiga cantante que aconseja escucharla en spotify. Cada vez que la escuchas ella recibe dinero por ello. Yo pago una cantidad insignificante en spotify y escucho de todo sin publicidades. ¿Tan complicado era???
Tienes toda la razón, afortunadamente cada vez más se abren puertas diversas para los autores. Esperar, tengo la esperanza de que en unos años el esquema será totalmente diferente.
EliminarGracias por tu comentario.